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sábado, 11 de agosto de 2012

LIBRO I "LA CIUDAD BLANCA". Capítulo XVI





Dos de Abril de 1810 (Anno Domini). Cádiz

-Recuerde que ha dado su palabra de oficial y de caballero, teniente Talling.

Las palabras del general Graham resonaron en mi cabeza como disparos de cañón. Realmente me encontraba agotado y aturdido por la serie de circunstancias que me habían conducido a aquella estancia de la embajada británica y donde se congregaban en torno a mí el comandante en jefe británico y su segundo inmediato, el embajador de Su Majestad en España (o lo que quedaba de ella), mis jefes de batallón y de compañía y un meditabundo Diogenes Arliss que paseaba arriba y abajo mordisqueando uno de sus panecillos.

-No puedo más que reafirmarme en cuanto he dicho, señor-respondí cansado pero firme.

-¿Y por qué no se presentó inmediatamente con el mensaje que le pasaron los guerrilleros?-insistió el general.

Iba a responder pero Arliss se anticipó indicando que no tenía órdenes para ello hasta el día siguiente.

El general bufó exasperado.

-¿Y estando en posesión de una información como esa no se le ocurrió otra cosa que ir a una casa de rameras y matar al mayor Webb?

Otra vez la misma acusación. La que llevaba oyendo desde que ayer, antes de que amaneciera, un piquete de soldados del mayor preboste me sacara de mi lecho y me llevase a la embajada. Una acusación falsa, desde luego, pues aunque Webb fuese un indeseable no merecía morir de forma tan anodina.

-El teniente Talling es un oficial leal y ha dado sobradas muestras de valor y de iniciativa-terció el generalStewart quien, hasta entonces, apenas había abierto la boca.

-Pues estuvo a punto de desafiar al muerto, al difunto-corrigió. -Y al parecer no era la primera desavenencia que tenía con él-insistió el general Graham. –Y no es ocioso añadir que es católico.

Quise protestar pero esta vez fue el mayor Gough quien pidió la palabra.

-Con el debido respeto de vuestra señoría-dijo dirigiéndose al general Graham-buen número de nuestros soldados de Irlanda profesa esa religión mas ello no es óbice para que cumplan como buenos.

Pude ver cómo el general Stewart y el capitán Edwards asentían en silencio y, también, como el embajador Wellesley no dejaba de contemplar el objeto que estaba sobre la mesa junto a él.

-No crean que no se que hay muchos, muchísimos rebeldes, que eludieron la horca alistándose en regimientos como el 87 y el 88-añadió el general Graham irritado no tanto porque creyera que yo era culpable como porque no parecía tener apoyos entre la concurrencia.

-Con permiso de sus señorías-dije sobreponiéndome al agotamiento.-Mi padre defendió la causa del Rey durante la última rebelión y yo soy un oficial al servicio de ese mismo rey.

-¡Que Dios Guarde!-gritó Arliss más con sorna que con convicción para atemperar los ánimos.

El general Graham calló durante unos instantes, que me parecieron eternos.

-Está bien-dijo al fin. –Si todos ustedes, caballeros, están convencidos de la inocencia de este oficial no seré yo quien les contradiga pero hemos de hallar al culpable porque este asunto podría acabar en tragedia. Excuso añadir que es imperativa la mayor reserva.

Se acercó a la mesa junto al embajador y tomando con ambas manos el objeto que tanta atención le prestara aquél lo desplegó a la vista de todos.
Era un pedazo de tela rectangular, de un hermoso color verde esmeralda, en cuyo centro campeaba un arpa dorada bajo la que podía leerse un lema: ERIN GO BRAGH[1]




[1] IRLANDA POR SIEMPRE