Dos de Abril de 1810 (Anno Domini). Cádiz
-Recuerde que ha dado su palabra de oficial y de
caballero, teniente Talling.
Las palabras del general Graham resonaron en mi cabeza
como disparos de cañón. Realmente me encontraba agotado y aturdido por la serie
de circunstancias que me habían conducido a aquella estancia de la embajada
británica y donde se congregaban en torno a mí el comandante en jefe británico
y su segundo inmediato, el embajador de Su Majestad en España (o lo que quedaba
de ella), mis jefes de batallón y de compañía y un meditabundo Diogenes Arliss
que paseaba arriba y abajo mordisqueando uno de sus panecillos.
-No puedo más que reafirmarme en cuanto he dicho,
señor-respondí cansado pero firme.

Iba a responder pero Arliss se anticipó indicando que
no tenía órdenes para ello hasta el día siguiente.
El general bufó exasperado.
-¿Y estando en posesión de una información como esa no
se le ocurrió otra cosa que ir a una casa de rameras y matar al mayor Webb?
Otra vez la misma acusación. La que llevaba oyendo
desde que ayer, antes de que amaneciera, un piquete de soldados del mayor
preboste me sacara de mi lecho y me llevase a la embajada. Una acusación falsa,
desde luego, pues aunque Webb fuese un indeseable no merecía morir de forma tan
anodina.
-El teniente Talling es un oficial leal y ha dado
sobradas muestras de valor y de iniciativa-terció el generalStewart quien,
hasta entonces, apenas había abierto la boca.

Quise protestar pero esta vez fue el mayor Gough quien
pidió la palabra.
-Con el debido respeto de vuestra señoría-dijo
dirigiéndose al general Graham-buen número de nuestros soldados de Irlanda
profesa esa religión mas ello no es óbice para que cumplan como buenos.
Pude ver cómo el general Stewart y el capitán Edwards
asentían en silencio y, también, como el embajador Wellesley no dejaba de
contemplar el objeto que estaba sobre la mesa junto a él.
-No crean que no se que hay muchos, muchísimos
rebeldes, que eludieron la horca alistándose en regimientos como el 87 y el
88-añadió el general Graham irritado no tanto porque creyera que yo era
culpable como porque no parecía tener apoyos entre la concurrencia.
-Con permiso de sus señorías-dije sobreponiéndome al
agotamiento.-Mi padre defendió la causa del Rey durante la última rebelión y yo
soy un oficial al servicio de ese mismo rey.
-¡Que Dios Guarde!-gritó Arliss más con sorna que con
convicción para atemperar los ánimos.
El general Graham calló durante unos instantes, que me
parecieron eternos.
-Está bien-dijo al fin. –Si todos ustedes, caballeros,
están convencidos de la inocencia de este oficial no seré yo quien les
contradiga pero hemos de hallar al culpable porque este asunto podría acabar en
tragedia. Excuso añadir que es imperativa la mayor reserva.
Se acercó a la mesa junto al embajador y tomando con
ambas manos el objeto que tanta atención le prestara aquél lo desplegó a la
vista de todos.
Era un pedazo de tela rectangular, de un hermoso color
verde esmeralda, en cuyo centro campeaba un arpa dorada bajo la que podía
leerse un lema: ERIN GO BRAGH[1]