Cuatro de Abril de 1810 (Anno Domini). Cádiz
El burdel de La Chana
estaba ubicado casi frente al Baluarte llamado de Los Negros, muy cerca de las Puertas de Mar y, por tanto, lugar
de tránsito para los hombres del mar.
Era una casa de dos
plantas y su apariencia no desmerecía de la ocupación que allí se desempeñaba.
El portal daba acceso a un gran patio descubierto y nuestra primera visión fue
la de dos huríes, escasamente vestidas, que tendían la colada en un tendedero
mientras canturreaban una cancioncilla impúdica.
Casi al instante oímos
voces de mujer procedentes de la galería de la planta superior y que nos
reclamaban para gozar de todo el placer que nos podían dispensar.
Traduje a Arliss lo que
estaban diciendo y éste hizo una señal a Burton y a Henderson para que
permaneciesen fuera. Acto seguido me indico que preguntase por la señora de la
casa.
-¿Qué desean, caballeros?-preguntó
una voz desde la galería. Era una mujer de cabello oscuro y de piel bronceada
que fumaba un cigarro habano.
Le pregunté si era
Sebastiana Carrasco y nos podía atender para un asunto de importancia.
Las muchachas rieron pero
una orden de la mujer del habano, que no podía ser otra que quien buscábamos,
las hizo callar. Cuando hubo cesado el alboroto nos invitó a subir.
Nos recibió en una pieza sobria,
muy alejada del lujo de la casa de Doña Violante.
-Ustedes dirán,
señores-dijo exhalando el humo con languidez.
Arliss fue directo al asunto
preguntando por la tal Graziella. Traduje y la expresión de La Chana, hasta
entonces jovial, se ensombreció.
-¿Debemos entender que no
trabaja aquí?-pregunté al dictado de Arliss.
Negó con la cabeza.
-No pertenecía al plantel,
si se refieren a eso. Trabajaba aquí de vez en cuando y me traía a clientes por
lo que se llevaba algunas regalías.
-¿Cuándo dejó de venir por
aquí?
Se rascó la barbilla
pensativa.
-Hará un mes. Al parecer
un militar inglés se había encaprichado de ella.
-Traduje a Arliss e incluí
el hecho de que en Cádiz a todos los británicos nos llamasen ingleses.
-Ese militar-pregunté-¿Era
un sujeto alto, calvo y mal encarado? ¿Un mayor?
-¿Malencarado? No, es
decir, no me lo pareció. Apenas si lo vi una o dos veces pero no era calvo. Parecía
jovencito, un poco mayor que usted-añadió señalándome con el cigarro.
Arliss bufó al oír las
últimas palabras.
-¿Recuerda su nombre?-
dijo mirando las volutas de humo.
Traduje pero la expresión
de La Chana podía entenderse sin palabras.
-¿Sabe dónde vive?-añadí.
-Creo que por Los
Mártires.

La mujer la tomó y la sopesó antes de
abrir la boca.
-Muy honrada de hacer
tratos con caballeros tan generosos. Si desean un rato de esparcimiento pueden
disponer a su gusto.
Arliss suspiró antes de
pronunciarse y de que yo tradujese.
-Este dinero es para
saldar su deuda con Graziella Varese y para que mantenga cerrada la boca.
Salimos
de la casa y nos encaminamos hacia la Aduana. Arliss estaba más callado que de
costumbre y podía advertirse un rictus de preocupación.
-¿Qué está pensando?
Respondió sin mirarme
siquiera.
-Que este asunto se está complicando
cada vez más y aún tenemos esto.
Sostenía el prospecto que
le entregaran los amigos de Arliss donde se me señalaba como asesino de aquél.
-Hemos de encontrar a esa
mujer y averiguar dónde se han impreso estos libelos. Y también quién rayos es
el sujeto de que hablaba la meretriz y que, evidentemente, no era Webb.
Solamente así podremos tener control sobre las circunstancias futuras. De lo
contrario…
-¿De lo contrario, qué?-pregunté.
No respondió y continuó
caminando absorto en sus cavilaciones