Veintiocho
de Marzo de 1810 (Anno Domini). Cádiz
No
dudé, pues, en vestir mi mejor uniforme y no pude menos que alabar el buen
trabajo de la Niña Batiste pues, tal y como me asegurara, no habría de quedar
defraudado en absoluto.
En
honor a la verdad debo decir que los únicos tenientes con que me tropecé en el
festejo eran los que estaban de guardia pues, y excepción hecha de algún que
otro subalterno de la Armada, no había nada menor que mayor deambulando por los amplios salones o trasegando
ponche o vino español y deleitándose, al igual que yo, por la visión de
hermosas damas.
Agradecí,
pues, que el señor Arliss me llevara a un aparte pues creo que no me había
encontrado más fuera de lugar en mi vida.
-¿Qué
hago aquí?-pregunté dando por seguro que el embajador y que el general Graham
se habían olvidado de mí.
-Estas
cosas suelen ser tediosas e interminables-replicó encogiéndose de hombros. –Como
verá hay altos oficiales británicos y también portugueses y españoles. Todos
quieren dar sus parabienes al general y todos, por supuesto, desean ser los
primeros en hacerlo.
-¿Y
por qué, entonces, no me ha ordenado que me presente él mañana, o pasado?
-Imagino
que esta ocasión es tan buena como cualquiera para ello. Y tal vez sea mejor
ahora que mañana.

No
bien hube dado un trago cuando, en uno de los corredores que partían del salón,
vi a doña Eugenia Villegas. Normalmente me hubiese fijado en lo hermosa que
estaba, pero llamó más mi atención el hecho de que se mostrase turbada y que el
objeto de esa turbación fuese un sujeto malencarado al que, tras breve
rememoración, identifiqué como al mayor Howard Webb.
Confieso
que en aquél instante me olvidé de donde estaba y de cual era mi graduación.
Solamente pensé en una dama, que no carecía de interés para mí debo añadir, y
un individuo repugnante que era una deshonra para el uniforme que vestía.
Solté
mi copa y enfilé por el corredor lo bastante rápido como para interponerme
entre ambos. Doña Eugenia me asió firmemente del brazo izquierdo mientras se
protegía tras de mí.
-¿Qué
quieres?- Bramó Webb inseguro, dando muestras de que había ingerido más licor
de la cuenta.
Me
mantuve firme sin responder pero no hizo falta que lo hiciera pues pareció
reconocerme al instante.
-¡Vaya!
Pero si es el pequeño croppie[1]
del otro día. ¿Cómo has hecho para entrar aquí?
No
respondí y me volví hacia la dama.
-¿Se encuentra usted bien, señora?-inquirí
en español
Un
golpe en la espalda me hizo caer sobre ella y a punto estuvimos de rodar por el
suelo. Webb me había empujado mientras le daba la espalda y sus gritos
empezaron a hacerse oír.
-¡Papista
asqueroso! ¡Rebelde! ¡Deberían ahorcaros a todos!
Sus
bramidos iban acompañados de continuos ademanes señalando las cintas de color
naranja que adornaban el ojal de su casaca. Por muy borracho que estuviera no
podía consentir aquellos insultos, de modo que avancé hacia él mientras me iba
desprendiendo del guante de mi mano derecha.
Me
disponía ya a abofetear el rostro de aquél bruto, para a continuación
notificarle que le enviaría a mis padrinos, cuando Arliss, acompañado del
general Stewart y de dos o tres altos oficiales, irrumpió en medio de la
desagradable escena.
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