Nueve
de Abril de 1810 (Anno Domini). En
algún lugar al nordeste de Conil de la Frontera
Anochece y se acerca el momento de ponernos en camino.
Parece que haya transcurrido una eternidad desde que
desembarcamos, en medio de una noche terrible, en una pequeña cala cercana a
esta vecindad llamada Conil.
En la playa,
azotada por la lluvia y donde apenas si se podía distinguir a un par de palmos
de distancia, nos aguardaba El Recio
con varios de sus hombres. Formábamos un extraño grupo de doce hombres
cubiertos con capotes encerados que, además, ocultaban los uniformes pues es
sabido que si los franceses nos capturasen con ropas de paisano nos pasarían
por las armas de inmediato, que tal es
la suerte que depara a los guerrilleros que caen poder del enemigo.
Anduvimos un trecho desde la playa, atravesando un
bosquecillo, hasta un caserón, o al menos eso parecía, y que resultó ser un
depósito de aperos de labranza.
Allí es donde habríamos de pasar el resto de la noche y
todo el día siguiente hasta que, con el crepúsculo, nos pusiéramos en camino
hacia Casas Viejas.
Reunidos en torno a una mesa, mientras los hombres
descansaban, Pendlebury, El Recio,
García y yo trazábamos los planes que habríamos de ejecutar.
Se había decidido, y era lo más prudente, que nos
desplazaríamos de noche para evitar las patrullas francesas aunque, según El Recio no son especialmente numerosas
estando como están la mayor parte de los efectivos en el asedio a Cádiz y La
Isla.


Como hasta la
fecha los franceses no han sido hostilizados de forma significativa en la
retaguardia, parece que se contentan con diseminar pequeñas guarniciones en las
poblaciones. Su fin es asegurar que los suministros que han de entregarse a su
Ejército para su manutención lo hagan en tiempo y, además y no desdeñable, para
obtener el mayor número de reclutas para Bonaparte.
A este respecto cabe señalar que la mayor parte de los
hombres de El Recio, y de otras
partidas como la suya, han escapado a los montes para evitar precisamente las
levas del ejército imperial. Sin embargo, como ya me señalara García
anteriormente, tampoco faltan entre sus filas bandidos, contrabandistas (como
ha sido alguna vez el propio Galván El
Recio) y gente de mal vivir de la que no existe ninguna seguridad salvo, si
ello en sí tiene algún valor, la palabra de quienes los acaudillan.

Parecería que,
en uno y otro caso, fueran conscientes de que su vida es efímera como las
flores de invierno y que participar en una misión como esta no difiriera en
demasía de una parada o de un día franco en una taberna. Este pensamiento me lo
reservo para mí pues no está en mi ánimo inquietar a Pendlebury.
Pronto se pondrá el sol. Confío en que las lluvias del
día anterior no hayan dejado impracticable nuestra ruta. Aunque nos moveremos
por los caminos, dando un rodeo cuando lleguemos a alguna población y
ocultándonos ante cualquiera que pudiera vernos, no hay que descartar tener que
movernos a campo través sobre todo si el alba nos sorprende lejos de los
refugios que los hombres de El Recio han
dispuesto para nosotros.
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