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domingo, 5 de mayo de 2013

LIBRO II "ERIN GO BRACH". Capítulo VI



Nueve de Abril de 1810 (Anno Domini). En algún lugar al nordeste de Conil de la Frontera

Anochece y se acerca el momento de ponernos en camino.

Parece que haya transcurrido una eternidad desde que desembarcamos, en medio de una noche terrible, en una pequeña cala cercana a esta vecindad llamada Conil.

En la playa, azotada por la lluvia y donde apenas si se podía distinguir a un par de palmos de distancia, nos aguardaba El Recio con varios de sus hombres. Formábamos un extraño grupo de doce hombres cubiertos con capotes encerados que, además, ocultaban los uniformes pues es sabido que si los franceses nos capturasen con ropas de paisano nos pasarían por las armas  de inmediato, que tal es la suerte que depara a los guerrilleros que caen poder del enemigo.

Anduvimos un trecho desde la playa, atravesando un bosquecillo, hasta un caserón, o al menos eso parecía, y que resultó ser un depósito de aperos de labranza.

Allí es donde habríamos de pasar el resto de la noche y todo el día siguiente hasta que, con el crepúsculo, nos pusiéramos en camino hacia Casas Viejas.
Reunidos en torno a una mesa, mientras los hombres descansaban, Pendlebury, El Recio, García y yo trazábamos los planes que habríamos de ejecutar.

Se había decidido, y era lo más prudente, que nos desplazaríamos de noche para evitar las patrullas francesas aunque, según El Recio no son especialmente numerosas estando como están la mayor parte de los efectivos en el asedio a Cádiz y La Isla.

Al parecer Casas Viejas se encuentra a seis leguas (que equivale a unas dieciocho millas) de donde nos encontramos ahora. Puesto que debemos tomar el arsenal y contar con tiempo para regresar a la costa he acordado con Pendlebury (el oficial al mando aunque para los efectos sea yo quien lo detente) desplazarnos lo antes posible y concertar la cita con los otros jefes guerrilleros en las inmediaciones del objetivo. De ese modo las garantías que pretende ofrecer el mando británico serán mucho mayores toda vez que nos encontremos en disposición de suministrar armas de modo inmediato.

En lo tocante a lo que cabe esperar en Casas Viejas parece ser que un pequeño destacamento del 14º de Dragones es la única vigilancia que hay en el pueblo. Según los informes suministrados por El Recio la base del 14º está en una población llamada Medina Sidonia. Como tropa ligera a caballo está pensada para patrullaje y tareas de guarnición livianas.

Como hasta la fecha los franceses no han sido hostilizados de forma significativa en la retaguardia, parece que se contentan con diseminar pequeñas guarniciones en las poblaciones. Su fin es asegurar que los suministros que han de entregarse a su Ejército para su manutención lo hagan en tiempo y, además y no desdeñable, para obtener el mayor número de reclutas para Bonaparte.

A este respecto cabe señalar que la mayor parte de los hombres de El Recio, y de otras partidas como la suya, han escapado a los montes para evitar precisamente las levas del ejército imperial. Sin embargo, como ya me señalara García anteriormente, tampoco faltan entre sus filas bandidos, contrabandistas (como ha sido alguna vez el propio Galván El Recio) y gente de mal vivir de la que no existe ninguna seguridad salvo, si ello en sí tiene algún valor, la palabra de quienes los acaudillan.

He intentado dormir después de la conferencia pero estoy inquieto ante lo que nos pueda deparar la suerte. A mi lado Will Pendlebury parece abrigar las mismas inquietudes que yo. Mas no podemos evitar observar la aparente serenidad que exhalan García y sus hombres, junto a la callada resignación de Galván y los suyos.

 Parecería que, en uno y otro caso, fueran conscientes de que su vida es efímera como las flores de invierno y que participar en una misión como esta no difiriera en demasía de una parada o de un día franco en una taberna. Este pensamiento me lo reservo para mí pues no está en mi ánimo inquietar a Pendlebury.

Pronto se pondrá el sol. Confío en que las lluvias del día anterior no hayan dejado impracticable nuestra ruta. Aunque nos moveremos por los caminos, dando un rodeo cuando lleguemos a alguna población y ocultándonos ante cualquiera que pudiera vernos, no hay que descartar tener que movernos a campo través sobre todo si el alba nos sorprende lejos de los refugios que los hombres de El Recio han dispuesto para nosotros.

 Y finalizo estas líneas con un lúgubre recuerdo pues no es la primera vez que estoy en una misión bajo mando aunque sea yo el responsable efectivo de la misma. He recordado cómo en un polvoriento camino de Portugal mi oficial al mando, el difunto capitán Archibald Messervy (QEPD) y yo contemplamos como los prebostes del teniente Sinclair disparaban contra los moribundos que imploraban piedad. Como por una burla del destino veo a Pendlebury en el papel del difunto, a García como el duro e inflexible Sinclair y a mí como a aquél teniente que desembarcara en Lisboa hace ahora una eternidad y que está donde se encuentra ahora solamente porque el Dios de la Guerra ha decidido que no vale la pena arrancarle aún de este Mundo.

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