Diez
de Abril de 1810 (Anno Domini). En
algún lugar en ruta hacia Casas Viejas.
Había caído la noche y los sonidos tan familiares a lo
largo de la jornada se desvanecieron lo mismo que la luz que se filtraba por la
boca del pozo.
Estaba previsto que los enviados de los grupos guerrilleros que
operaban en aquellas regiones habrían de encontrarse ya allí.
Una voces en la boca del pozo nos pusieron en guardia
pero Galván nos tranquilizó con un movimiento de la mano.
-No pasa nada-dijo. -Ya es el momento de subir.
Matías, que tal era el nombre del posadero, nos guió
hacia una estancia del piso superior. Era pieza amplia donde se habían unido
dos mesas y dispuesto varias sillas a su alrededor; tres hombres aguardaban
nuestra llegada.
Galván les estrechó la mano y a continuación hizo las
presentaciones.
-Francisco Manzaneque, a las órdenes de Pedro Zaldívar,
de la campiña de Xerez de la Frontera; Ramón González, teniente de Luis Gomar,
de El Bosque; y Amador Poveda, de la agrupación patriota de Conil de la
Frontera.
Intercambiamos saludos y nos sentamos. Los dos primeros
eran hombres del campo mientras que el tercero tenía trazas de persona
acomodada, a juzgar por su vestimenta y sus modales.
-¿Cómo es que mandan a un simple teniente a una reunión
de este tipo?-preguntó súbitamente González mirándome.
-Yo no estoy al mando-respondí- sino el capitán
Pendlebury aquí presente. -Él no habla su lengua pero yo sí, por eso he tomado
la palabra.
González miró a Galván y éste asintió en silencio. El
primero no se dejó impresionar y arremetió de nuevo.
-¿Y los soldados que vienen con ustedes? Son españoles,
¿no es así? ¿Por qué no ha venido un oficial español?
Iba a replicar pero Galván se adelantó.
-Eso ya lo hablamos, Ramón. Necesitamos armas y los
ingleses están en condiciones de dárnoslas.
-¿Cómo está usted bajo mando inglés, sargento?-terció
Manzaneque.
García me miró a mí y a Pendlebury antes de responder.
-Soy un soldado, señor. Obedezco las órdenes que me
dan.

-Ustedes quieren armas, ¿no es así?-dije.
-Pues en ese caso es mejor que todos confiemos entre nosotros.
-Disculpe, teniente-esta vez fue Poveda quien habló.
-No pretendemos ofenderle pero aquí no hay demasiado buen recuerdo de los
ingleses.
Traduje a Will quien asintió y me señaló que ahora las
circunstancias eran otras. Así lo hice y Manzaneque respondió agriamente.
-¿Cómo pretenden que olvidemos sus rapiñas y sus
ataques? Ustedes los ingleses siempre han sido enemigos de España.
Galván replicó pero mi respuesta se oyó con claridad.
-Yo no soy inglés, soy irlandés.
-Tanto monta, monta tanto-respondió González. Son todos
iguales.
-Pedí a García que tradujera a Will para poder
concentrarme en rebatir los ataques, basados más en la tradicional enemistad
entre España y Gran Bretaña que en otra cosa aunque, pensé para mis adentros,
no sabían aquellos hombres que su desconfianza era del todo justificada por
cuanto había visto lo que hacían nuestros soldados con los bienes y las industrias
que caían en nuestro poder.
-Señores-dije-somos aliados contra Bonaparte. Ustedes
han acudido a nosotros porque quieren luchar y nosotros estamos dispuestos a
darles con qué. Es por eso que estamos aquí y si mandamos soldados españoles es
porque queremos dejar claro que nuestras intenciones son tan nobles como puedan
serlo las suyas.
Se miraron durante unos instantes y aproveché para
seguir.
-¿Creen que sin fuese así los mandos españoles nos
hubiesen cedido a estos hombres?
Poveda alzó la mano.
-Seamos francos, pues. ¿Qué quieren a cambio de darnos
las armas?
-Que las utilicen-respondí.
González bufó.
-¿Y qué más? Luis Gomar no acepta órdenes ni de la
Junta ni de los ingleses. Si quieren ponernos a bajo su mando olvídenlo.
Galván tronó.
¿Quién ha dicho nada de eso? Fui a ver a los ingleses
porque queremos pelear y la Junta no está en condiciones de darnos nada. He
empeñado mi palabra y ahora no voy a quedar como un embustero.
Me interpuse al tiempo que dije.
-Nuestra voluntad está clara: nos han pedido ayuda y
hemos venido. No exigimos que se sometan a ningún mando que no sea el que ustedes
dispongan pero esperamos que, como he dicho, utilicen las armas hostigando al
enemigo y destruyendo todo cuanto pueda serle de utilidad.
Poveda volvió a hablar.
-Discúlpenos, teniente. Esto es nuevo para todos
nosotros. No somos militares y hasta hace bien poco cada uno se dedicaba a sus
quehaceres. No es nuestra intención ofenderle a usted, ni a su capitán ni a su
Rey pero el ver cómo invaden nuestro país nos obliga a tomar parte en su
defensa.
-Pedro Zaldívar no reconoce a más señor que a Don Fernando
VII, cautivo de esos impíos que asolan nuestros templos-recitó Manzaneque como
si se tratase de un rezo.
Se enzarzaron en una discusión sobre los problemas de
España, a la que también se unió Galván. Mientras los oía pensaba en que si
realmente el haberme encomendado esta misión era mejor que estar en una celda en
Gibraltar.
Cuando al fin se calmaron fue Will quien habló mientras
yo traducía.
-Caballeros, su enemigo es nuestro enemigo. Nos hemos
comprometido a asistirles y eso es lo que haremos. Y como muestra de que lo que
aseveramos es verdad les proporcionaremos armas de forma inmediata.
-¿Y dónde están? ¿Las han traído con ustedes?-inquirió
irritado González.
Hice un gesto a García y él respondió.
- Nosotros se las quitaremos a los gabachos y a los
afrancesados y se las daremos a ustedes. Para eso hemos venido.
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