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martes, 3 de abril de 2012

LIBRO I "LA CIUDAD BLANCA". Capítulo XIII (I)



Veintiséis de Marzo de 1810 (Anno Domini). Cádiz

Hace apenas unas horas que una lancha me ha llevado desde el fondeadero frente a la Puerta de La Caleta, donde ha largado anclas el bergantín Pigeon, hasta tierra firme. Mientras caminaba hacia la casa de la calle de Amoladores trataba de recomponer los acontecimientos inmediatos pues, adivino, han de ser el prólogo de futuros avatares.

 Ahora, sentado en el escritorio de mi cuarto, y reconfortado por un chocolate caliente y una copa de brandy mientras la lluvia azota el cristal de la ventana, puedo plasmar sobre el papel todo cuanto ha sucedido hasta ahora.

Cuando, en el anochecer del día veinticuatro, me despedí del señor Arliss en el embarcadero de Gallineras y le veía empequeñecerse conforme la barcaza, con la vela tiznada, (para evitar los reflejos de la luz lunar), desplegada se deslizaba Sancti Petri abajo, me concentré en lo que me aguardaba y traté de saber más de los hombres que me acompañaban.

El capitán Sebastian Poole es un hombre considerablemente afortunado pues a sus escasos veintisiete años ya es post captain. El Pigeon es su primer mando oficial y, al parecer, ya ha participado en varias acciones en estas aguas. Por su parte, el capitán de ingenieros William Pendlebury tiene veinticuatro años y hace solamente un mes que está en Cádiz pues su anterior destino fue Portugal.

 No hubo ocasión de intercambiar impresiones hasta que, tras un buen rato de navegación, llegamos frente a la isla de Sancti Petri ya al amparo de la oscuridad, en silencio para evitar que nos oyeran los piquetes de guardia en la orilla opuesta, y con un fanal de color verde colocado en la amura de estribor para que nos reconocieran nuestros centinelas y los españoles y que, por su posición, quedaba invisible a los franceses.

La llegada a la desembocadura del río produjo un evidente relajo en Poole que no tardó en contagiarnos. Era evidente que el paseo comportaba riesgos y no podía descartarse que desde alguna batería francesa se disparasen bengalas convirtiendo nuestra embarcación en una diana.

Apenas hablábamos en susurros aún cuando bordeábamos la mole de la isla de Sancti Petri cuando una masa oscura, que poco a poco se fue delineando, se definió finalmente como el HMS Pigeon, bergantín de catorce portas que al ancla al sudoeste de la isla, quedaba a resguardo de las guardias francesas.

Después de que nuestra lancha se acodara a la borda del bergantín y de que subiéramos a bordo, las maniobras se sucedieron y en menos tiempo del que se precisa para narrarlo, el Pigeon se deslizaba por las negras aguas rumbo a las costas que están en poder del enemigo.

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