Siete de Abril de 1810 (Anno Domini). Isla de León
-Aunque el tiempo es pésimo,
me temo que no podemos retrasar su misión por más tiempo.
La voz del general Stewart
era grave, casi fúnebre pero para mí sonaba como un millar de arpas de Erin.
Por fin iba a salir de la inactividad en que me hallaba a causa de la muerte
del mayor Webb y, a la vez, de la reclusión a que estaba sometido por la fuerza
de los acontecimientos y por las ocurrencias de Will Pendlebury.
Porque este siete de Abril
es el tercer día que me encuentra en un barracón de la posición de Gallineras
Altas bajo la custodia de un puñado de infantes de marina españoles que, a fe,
se toman a mucha honra su misión pues, excepción hecha del propio Pendlebury y
del general Stewart, nadie se ha acercado hasta mi.

Y aunque estos días no he
dedicado demasiada atención a este diario, toda vez que la abulia de la
reclusión y la falta de noticias sobre las pesquisas que realiza Arliss en
Cádiz me desaniman sobremanera, no quiero entrar en acción sin consignar
siquiera los nombres de quienes han
hecho de mi custodia su misión primigenia.
Debo decir que toda una
escuadra ha sido encargada de mi protección. Al parecer los libelos que me
acusan del asesinato de Arliss han sido distribuidos con profusión lo que ha
causado no pocos enfrentamientos entre la tropa y aún entre los propios
oficiales. El hecho de que algunas voces entre los más acérrimos orangistas que
campan en nuestras tropas aquí estacadas hayan exigido mi muerte es signo de
que, después de todo, el quedar aislado pueda evitar unos disturbios entre
nuestros soldados que tan flaco favor harían a la causa que defendemos.
Ya conocía al sargento
Javier García de cuando el guerrillero apodado El Recio había venido a mi encuentro y nos entrevistamos en el
mismo lugar donde ahora me hallo. En puridad he podido hablar más con él que
con su oficial al mando, un teniente apellidado Muñoz a quien no parecen
gustarle los británicos, ni tampoco la vida militar pues pasa más tiempo en los
cafés y tabernas de La Isla
que en su puesto. García, como ya consigné anteriormente, habla un inglés más
que correcto fruto de una estancia de varios meses en un pontón de Portsmouth. No
se muestra resentido de aquello, más al contrario reconoce que pasado un tiempo
gozaba de libertad suficiente como para frecuentar tabernas y casas de mala
nota aunque admite que la comida de allá es una de las peores experiencias que
ha sufrido en esta vida.
De los hombres a su mando,
he tenido ocasión de conocer a algunos y oír hablar de otros, debo decir que
forman un grupo abigarrado pues lo componen tanto veteranos como bisoños;
hombres de distinta procedencia que han acabado bajo las banderas y vistiendo
el uniforme de un cuerpo que, como nuestros lobsters§, se precia de su valor y lealtad. Desde el cabo
Manuel Braza, veterano que se ha curtido en combates contra los berberiscos y
ganado fama en el Norte de África; hasta los más jóvenes Alejandro Cantero y
José Antonio Salguero componen una unidad singularmente leal al sargento García
y, no lo dudo, a mí mismo.
NOMBRE
|
GRADUACIÓN
|
PROCEDENCIA
|
Javier García
|
Sargento
|
Cádiz
|
Manuel Braza
|
Cabo
|
Isla de León
|
Jesús Delgado
|
Gastador
|
Cádiz
|
José Antonio Montiel
|
Infante
|
Isla de León
|
Juan Ramón Valverde
|
Infante
|
Madrid
|
Guillén Bancalero
|
Infante
|
Cádiz
|
Javier Medinilla
|
Infante
|
Cartagena (de Levante)
|
Beppo Gaetano
|
Infante
|
Nápoles
|
Alejandro Cantero
|
Infante
|
Sanlúcar de Barrameda
|
José Antonio Salguero
|
Infante
|
Cádiz
|
¡Cuánto ilustre soldado!, compañeros de esfuerzos y fatigas en mi época destinado en Cádiz.
ResponderEliminarTte. Tarín
La escuadra de Javier García no podía ser otra, señor ayudante de cirujano.
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