Al fin ha habido novedades
dignas de ser consignadas y un atisbo de que los días de inactividad parecen
haber llegado a su fin.
Esta mañana, mientras
desayunaba en la confitería de Cosi me sorprendió, sentándose a mi lado, el
señor Arliss. Me refirió, mientras daba cuenta del chocolate y los pasteles a
los que le convidé, que debería acompañarle a la Isla de León para ultimar los
detalles de una misión en la que habría de participar.
Gratamente sorprendido,
además de emocionado, quise saber si la tarea que se me encomendaba habría de
realizarla en mi calidad de oficial de la compañía ligera del II/87 o como
miembro del Cuerpo de Guías. Su respuesta de que, “llegado el momento lo
sabría” no hizo sino aumentar mi excitación.
Después de la pitanza nos
dirigimos a la Aduana, donde me proveerían del pase necesario para salir y
entrar en Cádiz; para atravesar el paso de la Cortadura, a medio camino de la
Isla de León, y para entrar y salir de aquella. Mientras tramitaban el
documento quise saber acerca de la mujer que tanta impresión me causara ayer.
Al parecer la dama se
llama Eugenia Villegas de Castro, es española y trabaja para nosotros, tal como
había colegido acertadamente, como intérprete. No fue el señor Arliss mucho más
prolijo en detalles pero el ponerle nombre a aquél objeto de mis deseos la hizo
aún más interesante y me propuse saber más de ella, aunque fuese por sus
propios labios.
Puesto que partiríamos a
primera hora de la tarde, resolví almorzar temprano en la taberna de Rueda, el montañés, para disponer de algún tiempo
antes de encontrarme con Arliss en la Plaza de San Juan de Dios, donde
tomaremos el carruaje que nos habrá de llevar a la Isla.
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