Treinta de Marzo de 1810 (Anno Domini). Isla de León
Empezaba a caer el día cuando llegó el momento de
partir hacia Gallineras. Confieso que el haber sido huesped de don Martín ha
supuesto una experiencia inolvidable que, a fuerza de inmodestia, creo poder
hacer extensiva al caballero español.
Creo que
el solo hecho de que me detuviera frente una pequeña hornacina situada en el
acceso a la casa, y me persignara ante la imagen que guardaba, bastó para que
el caballero se congratulase de tener bajo su techo a un buen católico (sin
desmerecer en modo alguno a los seguidores de la Iglesia de Inglaterra, según
recalcó inmediatamente)
Mas sus parabienes
quedaron en nada ante la entusiastica reacción
de su hermana, la señora Juana, que al ver mi piadosa (y por lo demás
sincera) muestra de respeto ante la
Virgen María (en la advocación local de Virgen del Carmen, patrona de La Isla)
me cubrió de elogios para, seguidamente, convertirme en objeto de sus
atenciones en el yantar pues no recuerdo haber hecho comida tan copiosa, y
exquisita, en mis a decir verdad pocos años.
Y entre sabrosas viandas y
excelente vino pude admirarme ante mi anfitrión que, en verdad, resultó hombre
culto y versado en buen número de disciplinas:
Para empezar, y esto no es
baladí, don Martin goza de una desahogada posición gracias a la cría de gallos
de pelea. Esta actividad, muy popular no solo en España sino también en la Gran
Bretaña y en América. Es por ello por lo que habla tan bien nuestra lengua,
pues ha llevado a sus animales a lugares como Londres, Liverpool, Charlestown o
Savannah, y conoce bien nuestras costumbres.
Por otra parte, y aún
asumiendo la situación de su patria, no es refractario a la hora de reconocer
que la Historia demanda un cambio en su país para que no quede rezagado
respecto a las grandes naciones europeas. Habla con nostalgia de los tiempos de
Carlos III, el monarca que tanto hizo
por restituir la posición de España y cuya obra quedo malbaratada por la
desidia del incapaz Carlos IV, que ha llevado al país a su triste situación
actual.
Y, y esto habla en favor de su sabiduría, aunque se muestra cortés hasta el extremo con
mis hermanos de armas, sus huéspedes, no
se sustrae de la opinión de que Inglaterra (Gran Bretaña) no está luchando en
España por amor hacia ella y sus hijos sino porque "es mejor luchar lo
más lejos posible de tu país”.
Poco puede decirse en
contra de esta idea, por más que alguno de mis camaradas hablasen de la
abnegación del soldado británico, presto a luchar a muchas millas de su hogar,
a lo que don Martín respondiera con la irrefutable evidencia de que nuestros
soldados lo son por elección, y no por leva como en España.
Pudiera haber rebatido la
arenga de mis compañeros si hubiese querido pero, como es lógico, me abstuve de
ello y continué oyendo a aquél hombre, lúcido y desencantado, que parecía
personificar la pasada grandeza y el presente declive de su propia patria.
Y mientras el carruaje me conducía a Gallineras me asaltó el
recuerdo de mi padre allá en Erin y, una vez más, no pude menos que admirarme
en lo mucho que aquél caballero español me lo recordaba.
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