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domingo, 4 de diciembre de 2011

LIBRO I "LA CIUDAD BLANCA". CAPÍTULO I



Once de Marzo de 1810 (Anno Domini). A bordo de la fragata Cibeles

Retomo hoy, muy cerca de las costas de Cádiz, este diario interrumpido durante varios meses por los avatares acontecidos desde que la fragata norteamericana Patriot abordase al negrero Portobelho, donde me hallaba junto a mis compañeros de infortunio.

Como ya he dado cuenta de los hechos acaecidos tras el apresamiento y que incluyen nuestro traslado a Nueva Orleans y el posterior juicio no voy a ser redundante y pretendo ceñirme al momento presente*.

Me encuentro a bordo de la fragata española Cibeles, al mando del capitán don Ángel Ortega. Gracias a los buenos oficios del cónsul español en Nueva Orleans, don Diego Morphy, y del capitán general de Cuba don Salvador de Muro, marqués de Someruelos, embarcamos en La Habana el día cuatro del pasado mes sorprendidos por las noticias recibidas de Europa: los franceses han invadido el sur de España y los ejércitos españoles se hallan en franca retirada con la capital provisional, Sevilla, amenazada.

Parecía imposible pero así era en efecto. Aunque la nota que aparecía en El Aviso de La Habana exhortaba más a la defensa de la Madre Patria y del legítimo rey Fernando VII, y no hacía mención a la suerte del ejército al mando del general Wellesley, a todos nos puso un nudo de incertidumbre que estranguló la alegría por el regreso.

Debo señalar que no regresamos todos los que un día, muy lejano ya, zarpamos de Lisboa a bordo de la goleta Succes. A quienes dejaron su vida en la singladura hemos de sumar a los marineros Ambrose Tucker y Joaquim Lauro.

 El primero, ciudadano americano, se enroló en un barco de su nacionalidad nada más finalizar el juicio. Su despedida, no obstante, estuvo plagada de parabienes hacia todos obviando el hecho de que había sido alistado en la Armada de Su Majestad a la fuerza.

Lauro por su parte, liberado de sus obligaciones merced al documento que me confiara el difunto guardiamarina Partridge, decidió quedarse en los Estados Unidos y empezar una nueva vida allí.

En cuanto a los demás, el marinero William Harris ha sido trasladado a Jamaica para ser sometido a consejo de guerra. Al parecer el Almirantazgo no le perdona que simpatizara con los esclavistas del Portobelho. Ha constituido un tremendo, e inolvidable espectáculo, verle sentado entre dos marines en el lanchón que se dirigía a la fragata que habría de llevarle a Kingston. De nada sirvieron los testimonios en su favor que alegamos todos. El rigor implacable de las ordenanzas se materializará sobre ese hombre sin que nada de cuanto digamos o hagamos sirva para nada. Confío de todo corazón en que salga con bien de la terrible prueba a que se enfrenta.

Así pues, regresamos el contramaestre Matthew Figgis, el boticario William Johnson, el marinero Manuel Sánchez y quien esto escribe. Hemos tenido mucho tiempo para hablar y creo que entre nosotros se han forjado unos lazos que nada podrá destruir. Figgis ansía buscar un buen barco, una fragata, porque en ellas se consiguen mejores botines; Johnson, por su parte, solamente desea obtener la licencia y abrir un establecimiento en Chelsea; Sánchez, que se ha recuperado totalmente de la herida que recibiera al liberar a los esclavos, habla de Cádiz, de donde es natural, y de lo mucho que desea ir a pescar en su bote con sus compadres**.

 Me ha resultado muy gratificante poder practicar mi español aunque el peculiar acento de Sánchez, común entre sus paisanos, con su cadencia y sus eses arrastradas me provoca carcajadas muy a menudo. Me recuerda mucho al cirujano Tarín, a quien deseo lo mejor esté donde esté, aunque el acento del de Xerez, tan distinto del de Sánchez, pareciera insinuar que cada uno procede de un rincón distinto de España cuando la verdad es que Cádiz y Xerez están muy próximas una de otra.

En lo que respecta a los vientos que nos llevan a Europa durante los últimos días hemos atravesado un tremendo temporal que corría hacia el este. Ha sido preciso arriar mucho trapo pues existía el peligro de que acabásemos en el fondo del mar. Dicen en el barco que la tormenta rola hacia Cádiz de modo que es más que probable que toda su furia se desate sobre la ciudad.




* Recopilado en el cuaderno titulado “Relato de un oficial de SM Británica sobre la ciudad de Nueva Orleans y el juicio a que fue sometido en la misma”
** Amigos o compañeros

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