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lunes, 26 de diciembre de 2011

LIBRO I "LA CIUDAD BLANCA".CAPÍTULO IV (V)



Catorce de Marzo de 1810 (Anno Domini). Cádiz

Cuando por fin llegué a la casa de la calle de Amoladores eran casi las ocho de la noche pues pude oír las campanadas que desde la Catedral lo anunciaban.

Tras mi primera visita al taller de Niña Batiste resolví comer algo en un colmado de la calle Palma, muy próxima pues apenas había que bajar una calle y, luego de adquirir una guía de la ciudad en una pequeña librería,  buscar una armería, pues debía hacerme con un sable para presentarme debidamente en el batallón.

Me ha sorprendido la cantidad de gente que recorre las calles de la ciudad. Muchos soldados pero también muchos, muchísimos, paisanos que por fuerza de la guerra han tenido que refugiarse aquí. He podido oír la lengua de Cervantes en una gran variedad de acentos y entonaciones y he podido ver a seres de toda condición. Se me ha antojado como si esta ciudad se hubiera convertido en una suerte de Arca de Noé donde se han refugiado parejas de españoles de todos los pueblos y ciudades del país.

Encontré un establecimiento en la calle Nueva donde, tras minucioso examen, he adquirido por solamente quince libras un soberbio sable de húsar. El armero me ha asegurado que la hoja es de Toledo y que el temple de la misma es excelente. He observado muescas y arañazos en la guardia, lo que ha cimentado mi decisión de quedarme con la pieza pues es evidente que ha sido empleada, y no he podido evitar preguntarme por el anterior propietario y qué ha podido ser de él.

Vuelto al taller de costura, donde recibí los más lisonjeros cumplidos a mi manejo del idioma español por parte de Virtudes Batiste y de dos de sus empleadas, pasé buena parte de la tarde entre casacas de muestra, alfileres y cintas de medida.

Debo reconocer que Virtudes Batiste es muy sagaz y conoce bien el Ejército pues sus primeras preguntas nada más volver a verme fueron si pertenecía a una compañía de batallón o a una de flanco y, y eso lo daba por sentado, si era segundo o primer teniente.

Y ya dije que es mujer muy habladora, y que rezuma alegría pues no soy dado a la risa pero en su compañía prorrumpí varias veces en sonoras carcajadas. Incluso pude oír de sus propios labios, más sin lamento ni reproche alguno, que su marido estaba muy lejos, sirviendo en la Real Armada en un lejano apostadero de las islas Filipinas. Por un momento me vino a la mente mi madre, que estaría en idéntica situación cuando mi padre estaba en la guerra y que ahora ha de sentir lo mismo con sus tres hijos en ultramar. Este recuerdo me hizo prometerme que escribiría a casa para que allí supieran por mi puño y letra que me encontraba bien.

Cuando llegué, por fin, a casa de doña Josefina mis compañeros me estaban esperando para dar cuenta de la pitanza. Y a fe que pocas veces había visto dinero tan bien empleado y generosamente administrado.

Nada faltaba en aquella mesa, primorosamente dispuesta para la ocasión. Doña Josefina no se sustrajo a dar realce al ágape (sobre todo porque había recibido una generosa parte de las vituallas) y dispuso su mejor loza y su cristalería más fina, ambas recuerdos de días mejores.

Y aquella noche comimos, bebimos y recordamos la aventura que durante tanto tiempo nos había mantenido unidos. Hubo tiempo para recordar (y también llorar) a los que cayeron aquél día terrible frente al Cabo de San Vicente y a los que perdimos en la húmeda selva africana y, especialmente, al valeroso Howard Partridge cuyo sacrificio hizo posible que esta noche un boticario, un contramaestre, un artillero español y un segundo teniente de la Infantería del Rey, “el oficial más peculiar bajo el que he servido jamás” (según palabras de Figgis) se sentasen en la misma mesa y compartiesen juntos unos momentos de camaradería y de homenaje a quienes ya no están y, cómo no, de despedida pues a excepción de Sánchez, que está en su casa, Johnson y Figgis se marcharán en breve.

Nos retiramos tarde, y en mi caso acusando el exceso de vino trasegado, mas no he querido entregarme a un sueño reparador sin consignar cuanto ha deparado este día preludio, de eso estoy seguro, de una nueva y espero provechosa etapa de mi carrera militar. 

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